Desde los ojos de un fantasma by Juan Carlos Quezadas

Desde los ojos de un fantasma by Juan Carlos Quezadas

autor:Juan Carlos Quezadas
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones SM
publicado: 2013-06-25T00:00:00+00:00


9.

MANOLO Segundo, el panadero, entró a toda prisa en el Conversario. Tenía rastros de azúcar y harina en el delantal, en el bigote y hasta en las cejas.

—¡Manolo ha cerrado la peluquería! —le anunció a Enrique sin siquiera saludar. Sus palabras contenían un entusiasmo extraño, como si la mitad de su ser estuviera en contra de la decisión del peluquero y la otra mitad festejara el fin de aquel negocio.

—Pero, ¿por qué? —preguntó Alves confundido.

—Abrieron una tienda de pelucas azules en el local que ocupaba.

—¿Pelucas azules?

—Los cortes de pelo son cosa del pasado, ahora te pones una peluca ¡y listo! Mira, yo ya tengo la mía —dijo Manolo mostrándole a Enrique una cabellera artificial de color azul y pelo largo y lacio que, sin embargo, comenzaba a ondularse graciosamente hacia las puntas.

—¿La compraste para ti? —preguntó el señor Alves sorprendido.

—Sí, es la última moda. En el camino me topé por lo menos con cuatro personas que llevaban la misma peluca.

Alves no podía verlo, pero lo que Manolo Segundo le decía era verdad. Poco a poco su barrio se iba llenando de cabelleras color azul eléctrico. Hombres, mujeres, niños, ancianos y hasta mascotas iban cayendo en la red de la Smileys Fashion Adventure, o SFA, que era como algún ejecutivo de Smileys & Inc. & Inc. & Inc. & Inc. había bautizado aquel movimiento comercial, que no era ni moda ni mucho menos aventura.

CR9, 11S, SFA: estos tiempos veloces son tierra fértil para abreviaturas, pelucas y maquillaje. Sobre todo mucho maquillaje. Y gracias a la Smileys Fashion Adventure todas las personas en el mundo comenzaron a ser iguales. Peligrosamente iguales. En Abiyán y en Bruselas; en El Cairo y en Santiago (de Chile o de Cuba, lo mismo daba ya).

Enrique Alves y Manolo Segundo voltearon instintivamente hacia la peluca que permanecía en las manos del panadero. Parecía un animal sin vida. Un cadáver de plástico.

—¿Cómo se te ocurrió comprarla? ¿Para qué quieres tener el pelo azul eléctrico?

—No sé, lo hice sin pensar —respondió el panadero a la primera pregunta. Era claro que comenzaba a darse cuenta de que había cometido una estupidez al adquirir aquella peluca—. Creo que me dejé llevar por las palabras de la vendedora.

—¿Cómo era ella?

—No sé, no estoy seguro… Me acuerdo de que también llevaba la peluca, pero si intento recordar cómo eran sus ojos o su boca, en mi mente solo aparece una sonrisa… una sonrisa echada a perder… una sonrisa podrida, como si fuera un pan viejo cubierto de una capita de moho.

—Otra vez los Smileys… —dijo Enrique, dejando la frase partida por la mitad.

—¿Quiénes? —preguntó el panadero.

—Ahora te lo explico. Es necesario que nos reunamos en La Escalera… si es que todavía existe —dijo Alves con cierta ironía en el tono de voz—. Debemos hacer algo urgente. Creo que el mundo está en grave peligro.

—Me parece que exageras un poco. Es solo una peluquería.

—¡Son millones de peluquerías y florerías y panaderías! Una por cada barrio del mundo. En el bar te lo explico todo.



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